Aveces una siente indignación, hasta enojo si se quiere por
la desgracia o injusticia a lo mejor, que solea al prójimo cada día y sin que
una pueda hacer nada para impedirlo. Pero mientras espero... ¿esperar? ¿esperar
que “nada es para siempre”? ¿decirme que “todo tiene su final”? ¿por qué
esperar justicia?
Estoy convencida de que aquello, de esperar que la vida le
cobre a quien nos lastima o a quien lastimó, no pagará nuestro valioso tiempo.
Confieso que me desagrada un poco. Y creo que la promesa de la venganza humana o
divina podría traer consuelo y talvez podemos permanecer creyendo que de alguna manera
esto podría compensar nuestro dolor, pero no.
Las heridas de nuestra piel con o sin ungüento sellan solas…
con el tiempo. Y si ya hemos tenido lágrimas en el pasado; ¿por qué no mejor
pasar página? Si el libro de los mejores días espera… Hacer en éste día, en
éste momento el más provechoso; siempre está pendiente. Que la espera de justicia no se convierta en
agonía que mengua nuestra razón de vivir. Porque sólo amarga y aburre y
nosotras lo sabemos.
Soy mujer primero que nada y ante todo, y no soy indolente
de la suerte de otras mujeres, ni converso sobre sus desgracias buscando
sentirme especial sobre aquellas menos afortunadas que yo. Todas hemos sufrido,
llorado y sido engañadas; a veces engañadas por nuestros propios sentimientos, por
un sueño o una ilusión, pero engañadas al fin.
Nadie más entiende la naturaleza del dolor como a nosotras
las mujeres; discriminadamente, nos lo enseña la vida. Parimos y criamos a
nuestros hijos con dolor y sin embargo les amamos con la misma intensidad.
¿Pero el papel de sufrida o su contrario de heroínas, pa' qué sirve?
Que no se desvanezca tanta y toda nuestra virtud permitiendo
desequilibrios por las deudas pendientes que la vida tiene con nosotras.
Nuestro tiempo, mujeres, no tiene precio alguno que ningún hombre pueda
permitirse ya pagar. Y ninguna otra mujer merece nuestra pena, ni aun una.
Cuidado de pensarlo o con decirlo. Todo lo que merece sólo es amor.
Soy mujer y si otra mujer sufre, no le cuento mis problemas
ni le cargues tú tampoco más el peso que sóla, lleva atado a sus espaldas,
mejor pidamos a Dios por gracia y compartámosle esa paz que Dios nos haya
dejado, sin pedir nada a cambio como paga. Tampoco espero que Dios lo tome en
cuenta y “me lo multiplique”; Su favor de darnos vida ha debido ser y debe ser, pago suficiente.
Mejor ocupémonos tú y yo de tener unas manos que puedan
extender bendición, y no unas que arrebaten tranquilidad. Y eso incluye también la propia.
Soy mujer y sé que mientras “esperas” justicia nuestro
interior se encuentra perdido, a veces secuestrado buscando motivos para dejar
atrás esa dolorosa parte de tu vida, pero no hay que temerle a la despedida si
esa es la salida.
Sé más grande y compadécete de quien te engaña, te ha perdido.
Soy mujer y lamento que otras mujeres tengan que adelgazar
desvergonzadamente el significado de ésta palabra, tomando un hombre que no les
pertenece deshonrándose así mismas. Pero antes de maldecirlas, sé que son sólo
almas deshabitadas de Dios y de razocinio justo y aun así les trato con el
mínimo respeto porque ni siquiera ésta clase de persona merece ponernos en estado
de lamento o de infortuna.
Subamos un peldaño, recojamos una piedra más. No demos
cuenta del pasado que otros quieran repetir, al final el azar no existe, y el
pasado pudo ser una parada de un vuelo que tenía su destino.
Mi primer amor, tu primer amor, que lleve tu nombre.
Soy mujer y tengo una definición propia del amor. Pero
tratemos de que la nuestra no se pierda dentre las que tienen todos, o entre la
que tiene él.